1.- Two Peas in a Pod {Dom Abr 24, 2022 9:11 pm}

Two Peas in a Pod

Gwen estaba muy desilusionada. Todo el mundo, en especial sus criados y sus primas, le habían hablado de lo maravillosa que era la "Season" en Londres. Le habían dicho que lo iba a pasar muy bien, que iba a ser muy romántico y que la iban a bañar en lujos. Todo aquello a la joven Campbell no le había interesado demasiado, en especial la parte romántica del asunto, pero sí que había tenido ganas de conocer la capital. El único que le había dicho que iba a ser horrible había sido su padre, pero siempre había sido un cascarrabias y ya hacía mucho que no le tomaba en cuenta lo que decía.

Pero al final su progenitor había tenido razón. El primer 'ball' había sido en la casa de un marqués, la comida había estado bien y la bebida había dejado que desear. Lo peor había sido los invitados. Las chicas se habían interesado solo en quién estaba soltero y quién tenía dinero. Los chicos más o menos lo mismo. Nadie quería conversación porque, al parecer, a esos sitios solo se acudía a buscar pretendiente.

Aquel era su segundo 'ball' y ya andaba con ganas de ir a buscar a su padre en la esquina donde se estaba escondiendo para pedirle que la llevase de vuelta a su casa de Londres cuando vio a un muchacho con la misma cara aburrida que ella. Se acercó y se colocó a su lado, mirando a las parejas bailar.

— ¿Cuántos matrimonios felices y duraderos crees que saldrán de aquí hoy? — Preguntó mirándolo de reojo antes de darle un trago a la copa de sherry que llevaba consigo desde que había llegado, casi intacta. — Yo apuesto que uno y los demás van a acabar divorciados o muriendo en extrañas circunstancias. — Bromeaba obviamente, Gwen para su desgracia leía demasiadas novelas y tenía una imaginación desbocada.

London Evening Gwen & Thomas

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No soy como tú…

Aquellas palabras resonaron en su cabeza así como el recuerdo del rostro que había amado desde tierna edad, el cual le miraba lleno de asco de manera tan vivida, como si no fuera solo eso, un recuerdo.

Su mano derecha se encontró apretando con fuerza la tela del elegante traje que llevaba, justo a la altura de su pecho, tal que sus nudillos se habían tornado blancos. Le soltó y dio un suspiro hondo, enjuagando unas lágrimas que le traicionaron y surcaron el rostro. Se le dibujó una sonrisa socarrona y sin más, salió de su habitación.

La noche había transcurrido aburrida, su asistencia a aquel ‘ball’ era solo para cumplir las exigencias de familia, quienes no paraban de expresar su preocupación. Thomas debía estar ya casado y con hijos, así que la insistencia de acudir a esos eventos se volvía un tedio, pero era mejor aceptar. No podía darle más vueltas.

— ¿Perdón? — giró el rostro hacia su costado desde donde provenía aquella voz femenina, encontrándose con una hermosa joven que le miraba de reojo. — Espero ser de los segundos — le sonrió mientras dirigía su atención nuevamente a los presentes. Los odiaba.

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La joven escocesa era muy consciente que, la mayoría de las veces, pecaba de bocazas. Su padre ya se lo había advertido, los ingleses eran más recatados en lo que decían o hacían, eran menos sociables y eso lo había experimentado el día anterior en su primer ball. Así que, que aquel muchacho al inicio no le comprendiese o estuviese demasiado sorprendido para hacerlo, no le tomó desprevenida. Lo que sí lo hizo fue su segunda respuesta.

— Oh no... ¿Recién nos conocemos y ya me quiere hacer acudir a su funeral? — Respondió fingiendo estar compungida y apenada por aquello. Puede que no debiese bromear con el suicidio o el asesinato, pero había tantas cosas que no debía hacer que era mejor olvidarlas. — ¿O voy a tener que visitarle en la cárcel?... Creo que prefiero lo segundo, sabe, el negro no es mi color. — Una sonrisa se formó en los labios de ella que, nuevamente, aprovechó para beber el dulce vino que le habían servido.

Tras esto, se giró para enfrentarlo finalmente y le tendió una enguantada mano. — Lady Gwendoline Campbell. — Se presentó con aquella mirada traviesa aún brillando en sus ojos. — Pero por favor, llámame Gwen.

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Hasta el momento el refinado y aburridísimo evento aquel le había ido sin pena ni gloria, tanto que se estaba ya pensando el retirarse y excusarse con algún malestar.
Pero su suerte en definitiva había cambiado al cruzar apenas esas palabras con la desconocida joven. Thomas sonrió y se sintió casi de pronto extrañamente cómodo en su presencia, pues nunca nadie antes había seguido sus bromas las cuales la mayoría tildaba de macabras. Siempre se había sentido adelantado a su época, incomprendido, totalmente diferente.

— Bueno, he de decir que sería un evento más animado que eso sin duda alguna — miraba el ir y venir de las parejas al centro de baile, los grupitos de damas cuchicheando mientras veían a los de caballeros. — No nos conocemos y ya me está mintiendo — volvió a mirarle de reojo con una sonrisa radiante.

Al igual que ella, se giró para tenerle de frente, inclinándose en una reverencia y tomando la mano que le extendía, dando un beso en el dorso. — Lady Gwendoline Campbell —  alzó la mirada, nunca la había visto en aquellos lares, estaba seguro de ello, su familia ya le había enterado de cuanta mujer soltera. — Gwen, my Lady— respondió ya erguido. — Lord Thomas Bakewell… Thom — asintió.

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Gwen estaba más que encantada de haberse acercado a hablar con aquel joven. Si aquello salía bien iba a ir a restregarle a su padre sus malos comentarios a cerca de los ingleses, como si uno pudiese generalizar de aquella manera. Sobre todo porque adoraba demostrarle a "Su Excelencia" lo equivocado que estaba en ser un amargado de la vida. — Bueno eso no es muy difícil de conseguir... Cualquier misa es más entretenida que este evento. — Era una pena que lo que había leído en los libros de Austen y Brönte estuviese tan lejos de la realidad. — ¿Cómo sabe que le miento? El negro es un color muy aburrido. — A ella le gustaban los colores claros, los amarillos y rojos, aunque su abuela había insistido en que acudiese con ese azul oscuro al baile porque al parecer era el protocolo para un baile nocturno ¡Como si a ella le importasen los protocolos!


La sonrisa del joven era contagiosa y la escocesa se vio a sí misma sonriendo de igual manera. — Encantada de conocerle, Lord Thomas... Thom. — Le respondió inclinando su cabeza levemente en modo de saludo. Solo esperaba que no fuese realeza y no se molestase por no hacerle una reverencia, aunque dudaba que fuese de esas personas. — ¿Vive en Londres? — Preguntó ya olvidando a los que bailaban y centrando su atención en él.

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Sí, definitivamente agradecía la aparición de aquella joven quien incluso le hizo soltar una carcajada algo sonora con su respuesta. Pero Thom inmediatamente se recompuso, pues fue observado de mala manera por un pequeño grupo que tenían muy cerca, y a decir verdad, no quería que más tarde su familia se la pasase riñéndole como si aún fuese un crío por su poco decoro en un evento otra vez, pues la información volaba con rapidez en Londres y más cuando se trataba de él, de quien un día le tachaban de mujeriego y en otras de “simplemente extraño”.
Se llevó entonces la mano a la boca y carraspeó la garganta, indicándole con la mirada el hacerse un poco más a su lado, alejándose así de aquellos que los observaban. — Suelo dar bastantes malas impresiones — dijo con una sonrisa que tomándole atención se notaba amarga — Tiene razón, un vestido negro no le haría justicia a sus ojos, seguro un color más vibrante — sonrió.

Asintió sin dejarle de sonreír, la música suave que viaja por el salón pasó a segundo plano, estaba demasiado encantado con su nueva conocida. — Sí, así es — le respondió — Su acento me dice que usted no — no parecía nada a los de los alrededores, así que supuso era extranjera, razón por la cual nunca le había visto antes.

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Aquella carcajada le hizo sonreír abiertamente, una sonrisa que se borró en cuanto vio la reacción de aquellos que tenían cerca y cómo Thomas reaccionó ante sus miradas. Gwen no llegaba a comprender qué era lo que habían hecho mal para merecer esas malas miradas. — Vaya... Se ve que mis impresiones tampoco son demasiado buenas. — Dijo encogiéndose levemente de hombros, sin pena alguna. Para desgracia de toda su familia, Gwendoline había sido criada sin demasiadas limitaciones, su padre le había dejado hacer y deshacer a sus anchas en el castillo y ahora socialmente no parecía adaptarse a las normas de la capital. — Ah, no sabe cuánto me alegra encontrar a alguien que concuerde conmigo... Yo quería un vestido amarillo. — Añadió haciendo una mueca descontenta con sus labios, una mueca que le hizo parecer la adolescente que aún era.

— Soy de Argyll... Escocia. — Concretó al darse cuenta que no había llegado a identificar su acento, probablemente porque no era tan marcado como el de su padre gracias a los esfuerzos de su niñera y de su abuela. — Esta es la primera vez que bajamos a Londres... — La ilusión era aún palpable en su tono de voz, las ganas de conocer algo más que el Estado de su padre. — ¿Es siempre así la vida aquí? — Preguntó desviando fugazmente la mirada al grupo que antes les había mirado mal.

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El ingles se recordaba cada vez que poco debía de importarle lo que hablasen de él, pues siempre había sido así desde que era muy niño, no solo por parte de externos sino igual por miembros de su propia familia.
Desde que tuvo uso de razón, Thom se sintió diferente a otros niños, cosa que fue aún más marcado con el paso de los años. A la fecha, los rumores iban y venían, siempre constantes, y bien, algunos tenían razón, pues por más discreto que había intentado ser, la debilidad por un amor le hizo perder completamente la discreción de su verdadero sentir y ser.
Pero en el fondo, al joven sí le afectaba saberse señalado, que su familia se avergonzase de él, el que se preocupasen tanto por su futuro. Podía ser todo lo indiferente a lo que escuchaba, incluso a un grado de volverlo a su favor e invertir los comentarios, el usarles como humor. El inglés vivía en una coraza muy bien hecha. — No saben lo que es realmente bueno, no lo sabrían aunque les golpease la nariz — se encogió de hombros sin perder la sonrisa.

— Ya me lo decía, nadie de por aquí luce así de fresco y menos con ese tono en la voz de seguir querer viviendo — siguió bromeando. — Pues me alegro de ello my lady, debo decir que ha alegrado mucho mi noche — asintió mirando a la joven y luego a los demás. — Es peor — frunció la nariz y luego se rió. — ¿Sería atrevido de mi parte si le pido salir de aquí? — le miró con seriedad.

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Gwendoline nunca se había sentido tan fuera de lugar como aquellos días que estaba pasando en Londres. Se había dicho a sí misma que era normal, que simplemente era cuestión de tiempo que la gente empezase a conocerla y a incluirla en, al menos, alguna de las charlas. Pero ahora que se encontraba con alguien bastante parecido a ella, empezaba a replantearse aquello. Thomas no parecía encajar tampoco en lo que se esperaba de ellos y, por eso, no era aceptado. — Vaya... Me había esperado otra cosa. — Admitió. Quizás era culpa de los libros, lo que ella había creído que era verdad no era más que fantasía.

La muchacha soltó una carcajada que le ganó otra tantas miradas que se esforzó por ignorar. — Al menos ha servido para algo, aunque sea para alegrarle la noche, Thom. — Respondió con una sonrisa sincera pintada en su rostro. — Oh... — Rió con él, aunque su risa fue cortada por la petición del ojiazul. Su mirada se desvió de forma fugaz a la habitación donde su padre estaba con otros tantos hombres, probablemente fumando y jugando a las cartas. — Es atrevido pero no me voy a negar. — Dijo sintiendo un cosquilleo en su interior, solo por el hecho de romper las normas ya sentía que todo el viaje merecía la pena.

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Regularmente no congeniaba así de fácil con extraños, a pesar de parecer alguien extremadamente extrovertido era todo lo contrario. Su careta de buen carácter y mucha labia no era más que en efecto parte de esa coraza que había construido para mantenerse a salvo, algo superficial y una actuación que se dominaba ya muy perfectamente. Además, había que tomar en cuenta que difícilmente la gente de aquel pequeño lugar rápidamente esparcía rumores, y él era el favorito para andar de boca en boca. Los recién llegados siempre tenían ya la carilla del ojiazul. — Lo lamento en nombre de todo Londres —  se llevó una mano al pecho y se inclinó hacía ella bromista.

— La noche y el alma, my lady — le guiñó demasiado atrevido — Está siendo como una brisa fresca en pleno calor de verano — las miradas de los cercanos seguían en ellos —  Vaya y el maleducado siempre es uno —  dijo alto y sin pena, girando luego su vista a la joven para escuchar su respuesta. —  Prometo que no la va a pasar mal y que tampoco soy ningún mal hombre —  alzó la mano en promesa y sin más le ofreció su brazo para que le tomase —  solo es un poco el respirar un aire menos viciado —  le sonrió y se encaminó hasta la puerta principal.

No les tomó mucho tiempo para llegar a una pequeña laguna, Thomas le había ayudado a no desequilibrarse en los tramos más sinuosos. —  No pensé mucho en el camino —  se sonrió apenado y se detuvo justo en un gran árbol del que sus raíces enromes y salidas de la tierra parecían perfecto asiento — No soy muy fan de esos eventos — se quitó su saco y lo puso sobre la raíz para que pudiera sentarse.

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